domingo, 8 de noviembre de 2009

Un aniversario orwelliano

Si hay algo que debería atraer la atención de los organizadores de los mil y un actos conmemorativos de la caída del Muro de Berlín es el hecho de que veinte años atrás, las expectativas, las hipótesis sobre el futuro que vendría, el cambio en la historia que se atisbaba, estaban completamente equivocadas.

Nada de lo que se escribió, se ensalzó, imaginó, supuso, elucubró, esperó ni temió, se hizo realidad...

He aquí una manera interesante, tal vez la única realmente interesante, de conmemorar la caída del Muro.

Lamentablemente a nadie se le ha ocurrido. Los “celebradores”, que generalmente son modestos lacayos de los epígonos de los que se consideran los vencedores de la Guerra Fría, repiten la misma cantinela sin pensar mucho. Una de las cosas más tronchantes de estos meses preparatorios de la victoriosa efemérides es la vuelta a escena de Lech Walesa y Solidaridad: todo el mundo los invita para que nos cuenten que ellos fueron los primeros en hacer que el Muro se tambaleara antes de caer.

Oyendo remembranzas como ésa, siento un impulso casi instintivo de hilaridad, como cuando escucho a algunos que siguen, todavía hoy, como si nada hubiera pasado, citando a Francis Fukuyama, el cual (concedamos que con oportunismo notable y buen sentido de los negocios, pero no con perspectiva de futuro ni profundidad de mirada) sentenció que había llegado la hora del “fin de la historia”.
Para los jóvenes se trata ya de una antigualla, en este caso razón no les falta. Pero para los no tan jóvenes fue un momento muy emocionante descubrir que, en el extranjero, habían vuelto a descubrir al gran filósofo Hegel, enmarcado muy a su pesar en la celebración hollywoodiana de la realización del Espíritu, encarnada en los Estados Unidos de América.

Bromas aparte, sí que valdría la pena preguntarse por qué se ha caído en errores tan garrafales. Sabemos que el hombre es falible y que leer el futuro siempre ha sido difícil. Pero en este caso fue la ideología (en el exacto sentido marxista de “falsa conciencia”) la que jugó a todo el mundo una mala pasada, obnubilando cualquier ambición profética.

Pensaron que habían ganado y celebraron su victoria -y se trataba efectivamente de su victoria- sin saber cuánto iba a durar. El "cuánto" no les preocupaba, pues lo habían considerado enseguida como una victoria “final”, algo eterno, tal y como la bautizó Fukuyama deprisa. No podían imaginar que tan sólo diez años más tarde -y diez años es realmente un suspiro– se iban a ver celebrando un mar de problemas.
Así, pues, para decirlo sin rodeos, la celebración se realiza bajo la bandera del "fin del comunismo". Sólo que ocurre cuando la sociedad de los ganadores (a la que no podemos llamar la sociedad del capitalismo porque, entretanto, es el capitalismo mismo el que se ha vuelto tan irreconocible que, mirándose en el espejo, como Dorian Gray, no puede dar crédito a sus ojos) se encuentra en medio de la crisis más grave de su historia.

Crisis múltiple, crisis de límites, crisis sin salida clara. Un callejón sin salida. Pero también ausencia de ideas, estupidez de las clases dirigentes, agonía de valores, comenzando por los de la democracia liberal, y terminando en el mundo actual en el que las élites se parecen cada vez más a las bandas criminales, y cuando no lo son ellas mismas, acaban asociándose a ellas y las cubren para así cubrirse.

En resumen: han perdido el control. Ante ellos se yerguen dilemas descomunales pero ninguna certeza. ¿Era esto lo que pensaban en 1989? Nada de esto se podía imaginar.
Sin embargo, recuerdo que Mijail Gorbachov, cuando comenzó su perestroika, dijo una frase que se me quedó grabada: "perestroika para la URSS, pero también para el mundo entero ".

Como ha ocurrido en otros momentos históricos de transición, hay mentes que saben vislumbrar lo que va a suceder, aunque no lo dominen. Estaba claro que el final de la URSS iba a plantear enormes problemas, volteaba todo el panorama mundial, levantaba olas gigantes que iban a batir, como una serie de tsunamis (término que hemos inventado más tarde) contra todas las costas por lejos que estuviesen.

Algo muy similar había dicho, años antes, otro gran personaje del siglo XX, Enrico Berlinguer, con algunas advertencias que no fueron escuchadas, ya que, en el momento, no se entendieron: la austeridad, la cuestión moral, la diversidad inevitable que debe conservarse para los que aspiran a cambiar las cosas.

Sucede que las mentes limpias desde el punto de vista ético pueden producir grandes ideas. Por lo general salen derrotados, pero esto no significa que su aportación se pierda.

Así que veinte años después de la caída del Muro  sólo tenemos que celebrar la estupidez del Occidente victorioso, su ignorancia, y también su egoísmo. Pero este Occidente en crisis total e irreversible (o no sale de la crisis, o si sale, no será el Occidente que conocíamos) está tratando de aplicar normas orwellianas: quien controla el pasado, controla el futuro: quien controla el presente, controla el pasado. Para esto sirven las celebraciones de este aniversario. Sólo que ya no se controla el presente.

Creo, pues, que le tocará a la próxima generación el gran esfuerzo -si son capaces- de reescribir la historia que los ganadores han emborronado.

Los "interesados" en cuestión de impuestos

Como es sabido, el Congreso de los Diputados se dispone a modificar la conocida como "Ley Beckham" del Partido Popular que regula el régimen fiscal de residentes extranjeros contratados por empresas domiciliadas fiscalmente en España. De llevarse a cabo el cambio, en lugar de tributar al tipo privilegiado del 24%, durante un periodo máximo de seis años, como venía ocurriendo en virtud de dicha ley, pasarían a tributar al 43%.

Aunque afecta a cualquier trabajador que perciba ingresos mayores a los 600.000 euros, el anuncio ha puesto sobre todo "en pie de guerra" al sector futbolístico, porque allí se concentra un buen número de estrellas con sueldos astronómicos. Las reacciones y los argumentos que se están utilizando para atacar el cambio legal me parece que son muy significativos y que expresan claramente la opinión que los ricos tienen sobre los impuestos y sobre el funcionamiento de nuestra sociedad. Por un lado argumentan que de esa manera España va a dejar de ser competitiva porque con las nuevas condiciones fiscales se perderá el atractivo que hace que vengan aquí altos directivos y estrellas del balón. Eso es lo que dice el insigne Cristóbal Montoro, portavoz del Partido Popular y que una vez más no ha tenido empacho en mostrar a los ciudadanos el tipo de economía que él y su partido quieren para España. El privilegio, dice, "sirve para competir".

Lleva razón, en eso no hay duda. Sólo que supone optar por la vía cutre de la competitividad, por el modelo carpetovetónico de ventaja comparativa que la oligarquía española ha impuesto siempre en nuestro país: competir a base de empobrecernos y de empobrecer. Al igual que la derecha constantemente propone que España compita por la vía de reducir salarios, ofreciendo condiciones laborales cada vez más tercermundistas, ahora nos dicen que tenemos que competir ofreciendo privilegios, renunciando a principios, como el de la igualdad de todos ante la ley y la equidad fiscal, sobre los que los países más avanzados del planeta han fundado su progreso.

Claro que España debe ofrecer ventajas a científicos, directivos o incluso estrellas futbolísticas (aunque la utilidad de esto último la tengo menos clara) para que se vengan a trabajar y a crear riqueza aquí, pero si queremos que eso nos enriquezca a todos y no solo a unos cuantos espabilados, lo que debemos hacer es ofrecerles otro tipo de ventajas: un país moderno y con más calidad de vida, incluso un entorno más favorable para el negocio gracias a la fortaleza de nuestro mercado interno y de las sinergias que puedan encontrar en nuestro sistema productivo y social. Algo que no se puede conseguir si el Estado no se fortalece, si dispone cada vez de menos recursos para crear capital social e infraestructuras al servicio de la creación de riqueza. ¿Acaso los presidentes de los clubes de fútbol se creen que la liga española es lo que es solo porque fichan a jugadores multimillonarios gracias a los pelotazos que han dado en la construcción o vaya usted a saber dónde? ¿Quién les ha construido los estadios, quién proporciona las fuentes publicitarias sino un mercado que si se debilita por falta de gasto los debilitará también a ellos? ¿De dónde sale el dinero que los ciudadanos se gastan para que el espectáculo pueda seguir en marcha? ¿Y de dónde vienen las ayudas y subvenciones que todos y cada uno de ellos sin excepción recibe por vía directa e indirecta continuamente? Pero la crítica más preclara es la que ha hecho el presidente del Barcelona CF censurando al gobierno por no haber consultado antes a los "interesados". Eso es lo que piensan los ricos, que en cuestiones de impuestos los interesados son ellos y que solo a ellos hay que consultar cuando se trate de cambiar algo al respecto.

La declaración de Laporta, que no en vano tiene como segundo espada a uno de los más ilustres economistas liberales españoles, es una auténtica posición de principios: no es a los ciudadanos en su conjunto a quien corresponde determinar la proporción en que todos ellos van a contribuir a sostener los gastos del Estado, sino a los ricos, que se autorreconocen el derecho a hacerlo en la medida (que lógicamente será lo más escasa posible) en que a ellos les venga bien.

A Laporta, como a todos ellos, no les hace falta que el Estado sostenga buenos centros educativos públicos, un sistema sanitario público que funcione bien, y seguro que ahorra lo suficiente como para que el bienestar en su vejez no dependa de las pensiones públicas. Por eso él, como los de su clase, tratan de desentenderse de los impuestos y lo hacen, lógicamente, tratando de convencer a la sociedad de que lo que le conviene a ellos que son ricos es lo que les conviene a todos. Y de ahí que nunca paren de desprestigiar al Estado, de criticar a las políticas fiscales, de combatir las ideas de solidaridad, y de eficiencia, que hay detrás de los impuestos y de afirmar que lo mejor para todos es que sean muy bajos o incluso inexistentes. Aunque cobren buenos sueldos o subvenciones de papá Estado y siempre recurran a él siempre que su impericia o irresponsabilidad les genera quebrantos.

En cierta medida es normal. O mejor dicho, lo es sólo en la medida en que su egoísmo les ciega y les impide ver que de esa manera empobrecen lo que hay a su alrededor olvidando que si son ricos es por el gasto de otros.

Pero lo que no es tan normal es que quienes están o quiere estar al lado de los más débiles y vulnerables caigan a veces en esa trampa y asuman el discurso de los privilegiados, frente al cual no solo hace falta decisión y valentía política, como la que lleva a adoptar esta medida concreta, sino también, y quizá sobre todo, mucha educación cívica.

Los clubes de fútbol, una sociedades cuyos entresijos provocarían la rabia y el escándalo generalizado si se hicieran transparentes, ya han amenazado incluso con hacer huelgas, mientras que el poder mediático, económico e incluso político que hay a su alrededor ya ha empezado a levantar la voz acusando al gobierno de cometer tropelías, de hacer demagogia y más o menos de querer hundir a la economía española.

Es posible que nos encontremos respuestas puntuales a estos desafíos, pero una vez más me parece que echaremos de menos la manifestación contundente de un compromiso firme de los poderes públicos por la justicia fiscal. Lo hemos podido comprobar recientemente cuando de nuevo los inspectores de hacienda vuelven a denunciar que "ningún Gobierno español ha querido realizar hasta la fecha ningún estudio en profundidad sobre la economía sumergida y el fraude fiscal en España" lo que evidencia que no hay voluntad efectiva de combatir la vergonzosa elusión que los ciudadanos españoles más ricos y poderosos hacen de sus obligaciones fiscales. Estos siguen considerando que en cuestiones de impuestos ellos son los interesados y que, como tienen poder suficiente, son ellos los que deciden. Yo me pregunto cuándo seremos conscientes los ciudadanos de que eso nos lleva al desastre y cuándo empezaremos a plantarles cara con el apoyo imprescindible de nuestros gobiernos y representantes.